понедельник, 25 мая 2009 г.
HISTORIA DE LOS HUEVOS DE PASCUA DE FABERGÉ
En los países de Europa del Este, el Domingo de Resurrección es considerado como la mayor fiesta religiosa del año, así como para Europa Occidental es la Navidad.
Desde hace siglos, el obsequio más representativo en esta región del mundo es el Huevo de Pascua.
Al obsequiar un Huevo de Pascua se desea larga vida.
Por su forma ovoidal, simboliza la eternidad (no tiene principio ni fin), por su connotación de contenedor de un ser vivo nos recuerda el ciclo de la vida y la fragilidad del cascarón se asocia con la vulnerabilidad de la existencia terrenal.
Estos presentes suelen adornarse con pinturas de grecas, paisajes o imágenes con colores brillantes, alguna frase bíblica, iniciales o simplemente la fecha, ya sea sobre el cascarón natural (vacío) o sobre huevos realizados en otros materiales como madera, yeso, chocolate o azúcar.
Los huevos de Pascua más famosos del mundo fueron realizados entre 1883 y 1917 por el joyero Peter Carl Fabergé nacido en San Petersburgo en 1846.
Cuatro años antes de su nacimiento, su padre Gustav (nacido en 1814 en Pernaw, ciudad perteneciente a Rusia desde 1721 y hoy capital de Estonia) fundó su primera joyería en San Petersburgo.
En 1882 Carl concursó con algunos diseños en la Exposición Panrusa de Moscú donde obtuvo la medalla de oro. Esto llamó la atención del Zar Alejandro III quien para la Pascua de 1883 le encargó la realización de un huevo para obsequiar a su esposa la Zarina María. El diseño consistió en un huevo con cáscara de platino que contenía dentro, uno más pequeño de oro; al abrirse este último, se encontraba una gallina de oro en miniatura. El regalo gustó tanto a la Emperatriz, que el Zar Alejandro encargó a Fabergé realizar uno nuevo para cada Pascua. Al morir el Emperador, su hijo el Zar Nicolás II siguió con la tradición de regalar un huevo a su madre y ahora también a su esposa la Zarina Alejandra otro (de diseño distinto) cada Domingo de Pascua.
Cajas de música, portarretratos, estuches de juguetes, maquetas desarmables o relojes, son algunas de las variaciones que Fabergé dio a estos diseños que siempre contenían una sorpresa.
Para su fabricación utilizó técnicas como el esmalte “guilloché” combinado con metales y piedras preciosas que imitaban los colores de la naturaleza simulando flores y plantas, insectos, pájaros o ranas interpretados al estilo art nouveau, predominante en aquella época.
Fabergé llegó a ser nombrado orfebre y joyero de la corte imperial rusa y de otras monarquías europeas. Su joyería logró ser la más grande de Rusia con 500 empleados distribuidos en todas sus filiales: San Petersburgo, Moscú, Odessa, Kiev y Londres; que entre 1882 y 1917 produjeron unos 150,000 objetos.
La Revolución Rusa acabó con la firma. La joyería fue tomada por los comunistas en 1917 y cerrada en noviembre de 1918. Carl escapó de Rusia con el apoyo de la embajada británica a través de Finlandia, Letonia y Alemania, hasta Suiza donde murió en 1920.
Actualmente, de los 54 huevos imperiales de Fabergé, sólo se conoce el paradero de 47. Los restantes se consideran desaparecidos; dos se conocen únicamente por haber sido fotografiados, no teniéndose ningún documento visual de los faltantes.
De esos 47 huevos, 10 se encuentran en el Kremlin de Moscú, 9 en la colección particular Vekselberg (en Rusia), 5 en el Museo de arte del Estado de Virginia en Estados Unidos, 3 en la colección de la Reina Isabel de Inglaterra, 3 en el Museo de Nueva Orleans y 6 repartidos: 2 en museos de Suiza, 2 en Washington y 2 en Baltimore. Otros 2 más en las colecciones del museo de Cleveland y del Príncipe de Mónaco mientras que el resto forma parte de colecciones privadas.
Además de los imperiales, otros siete huevos fueron encargados por Alejandro Ferdinándovich Kelch, dueño de minas de oro en Siberia, para su esposa Bárbara.
Ocho más (actualmente conocidos como “los huevos no imperiales”) fueron encargados por personajes como Alfredo Nobel, los Príncipes Yussupov o los duques de Marlborough.
En 1994 el Huevo Invernal (de Nicolás II para su madre María), creado en 1913 -y que se creía perdido hasta 1984-, se vendió en $5,600,000 dólares.
En 2004 el magnate petrolero ruso Víctor Vekselberg compró a la familia Forbes nueve huevos y otras 180 joyas Fabergé coleccionadas por el fallecido editor Malcolm Forbes, en una cifra secreta calculada entre 90 y 120 millones de dólares y recientemente en noviembre de 2007, el huevo que Fabergé diseñó para la familia de banqueros Rothschild, alcanzó en subasta el precio récord individual de 18 millones de dólares.
En 2003, Theo Fabergé -único nieto de Carl- y su hija Sara, abrieron un pequeño negocio en San Petersburgo que fue seguido un mes más tarde por la apertura de una boutique en la Plaza Roja de Moscú. La apertura coincidió con los 300 años de la fundación de San Petersburgo, lo que sirvió para que los Fabergé presentaran a la ciudad el Huevo del Tricentenario grabado en su exterior con las imagenes de 9 palacios de los tiempos zaristas y que contenía en su interior una miniatura de la estatua de Pedro el Grande, fundador de la ciudad, montado en un caballo.
La tradición de regalar huevos de Pascua es un símbolo del surgimiento de la vida y también de la resurrección y existía en Europa ya desde el siglo XVI. Además, la preparación de huevos de Pascua refinadamente decorados fue una tradición y también un antiguo oficio en Rusia mucho antes de la elaboración de los huevos de Fabergé aunque fue precisamente él quien llevó esa artesanía a un nivel artístico extraordinario.
Sin importar el paso del tiempo ni los materiales con que se realicen, es importante no perder de vista el significado esencial de los huevos de Pascua que nos recuerda el acontecimiento que da sentido y valor al cristianismo: la Resurrección de Jesucristo, el triunfo de la vida sobre la muerte en su propia persona, realidad a la que con esperanza, aspiramos al final de los tiempos los cristianos de todo el mundo.
Juan Manuel Olhovich
Representante para México de RIU-O
Publicado en la revista Horizontes No. 28
México, mayo 2009
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